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Dime de qué color te vistes y te diré quién eres


By: Andrea Jiménez Jiménez


La psicología del color nos habla del poder de la gama cromática, de sus infinitas posibilidades y, sobre todo, de lo que transmite quien los lleva.



Ya lo sabíamos, pero conviene recordarlo: “El simple acto de vestirse puede influir en cómo nos sentimos”. El doctor Dion Terrelonge, investigador de la psicología de la moda, rememora el poder de lo que lucimos a diario; de las decisiones más básicas e influyentes que tomamos cada día: lo que vestimos.


“El proceso de vestirse, en sí mismo, puede ser placentero y generar sensaciones de placer, que en psicología podemos describir como bienestar hedónico”, asegura Terrelonge. “Lo que elegimos ponernos puede hacernos sentir más o menos preparados para el día, más o menos seguros y, en algunas situaciones, como ha demostrado la investigación, más o menos competentes”.


Conociendo el poder de la ropa y de lo que transmitimos con ella, especialmente para nosotras mismas, es hora de tomar decisiones: tenemos el poder de decidir lo que nos gusta.


Azul: como el mar, las olas, lo profundo



Según la psicología del color, el azul es el color preferido de hombres y mujeres. Lejos de parecer frío y distante -que se supondría, por su ubicación en el círculo cromático-, se relaciona con la armonía, simpatía y fidelidad. Da la sensación de ser lejano e infinito, como el mar y sus olas, su movimiento constante; o como el cielo, encapotado de estrellas. Está conectado con lo femenino y su energía vital, por lo que se suele asociar con lo virginal.


Apacible y tranquilo, hay azul ultramarino, cobalto, celeste, índigo, baby blue… su gama parece ilimitada.


En prendas, especialmente en vestidos fluidos, evoca movimientos suaves, como la danza de las olas sobre la arena. Otorga la sensación de lo libre y lo armonioso, que puede expresarse muy bien en prendas como blazers.










Naranja: divertido, exótico y llamativo (pero subestimado)



El naranja se ubica como un color intermedio entre el siena o la gama de los marrones y los rojos, como el ocre. Esto hace que se extienda en grandes terrenos escarpados, en siluetas de paisajes y en formaciones rocosas. Es, sin duda, un color que conecta con la tierra, de lo que nace de ella. O si no, pensemos en los melocotones, albaricoques, duraznos, mandarinas…


El naranja es para quienes vibran con lo exótico, para quienes se atreven a hacer de su cuerpo un lienzo. Está reservado para quienes no temen brillar -no por nada está emparentado con el dorado. Está relacionado con lo divertido, lo exótico y lo alegre. “Sin él, no hay diversión”, dice Eva Heller, estudiosa de la psicología del color.


El naranja habla de la sociabilidad, y quien lo viste sabe que llamará la atención. Es sinónimo de lo genuino y lo original. Quien lo aprecie sí que sabrá lo que significa correr riesgos en la moda. Llevarlo en prendas clásicas, como pantalones y camisas de inspiración sartorial, le dará un toque diferente a piezas que podrían pasar desapercibidas.






Verde que te quiero verde: la esperanza y el origen


El más natural de los colores tiñe gran parte de nuestro planeta. Es la quintaesencia del paisaje, de lo que nos rodea: las montañas, las plantas… la vida. Con una gama amplísima, va desde el verde turquesa hasta el militar, pasando por decenas de acentos que se asemejan a sus formas en la naturaleza.


Es un color intermedio, tranquilizador, que se ha vuelto también un adjetivo: hablamos de consciencia verde, de acciones verdes, para referirnos a los sostenible y al compromiso medioambiental.


También se asocia con la esperanza y la confianza, como si estas fueran una primavera esperada, luego de la aridez de ciertos momentos. El verde es renacer y conecta, en ocasiones, con el concepto de libertad.


Históricamente está asociado con la burguesía, por los mantos teñidos de este color que representaban distinción. Todavía carga con esa connotación de elegancia sin esfuerzo, de cierta suavidad tranquilizadora que “alegra la vista sin cansarla”, como señalaba el escritor romano Plinio. Así que lucirlo tendrá un efecto liberador, te hará sentir fresca y natural, especialmente en vestidos amplios y fluidos, o en faldas lápiz con un guiño diferencial, sorpresas como drapeados, estampados naturales o flecos.








Rojo: el principio capital de la pasión



Al principio fue el rojo. El fuego y la sangre, el color de los orígenes. Es el primero que nos enseñan, lo primero que aprendemos. Pasa por las relaciones con el amor y la pasión, porque se le asocia con el corazón. También detona la conexión con la sangre y el fuego: el rojo arde, quema. Por esto es uno de los colores más activos, y se asocia con la fuerza, la felicidad y el deseo de vivir.


El rojo tiñe los corales que viven al fondo del mar, el terciopelo rojo que usa la monarquía, los labios más clásicos y sensuales. El rojo da distinción, y llevarlo tiene un mensaje innato de riesgo: habla de clase y sofisticación.


Es el color de los artistas desde tiempos ancestrales. Las cavernas está llenas de pinturas rupestres eran conocidas como “pinturas rojas”, así como las cerámicas griegas de la antigüedad. El rojo también se asocia con el óxido, aunque en la infinita escala cromática se presenta bien brillante, como el carmín.


Aunque puede llegar a ser un color difícil de llevar, bien lucido el rojo hará que todas las miradas se posen en ti. Es para mujeres que se arriesgan, que creen en su estilo. El rojo, en sets de falda y crop top, o pantalón y camisa, es ganador.







Blanco, el epítome de la luz



El blanco, que es la suma de todos los colores de la luz, es el epítome de todos los colores, o ninguno, como aseguraban algunos pintores. Es el ideal, la perfección, la honradez. Es el color de lo supremo: el de la piel de armiño, de las alas, del unicornio, de lo sagrado. Se asocia con lo femenino, con lo noble, con lo puro.


“Es el color absoluto. Cuanto más puro, más perfecto”, nos dice Heller, y por eso lo hemos reservado para ocasiones únicas, como bautizos, primeras comuniones y matrimonios.


En la Revolución Francesa, que quería darle la vuelta al rococó que la precedió, el blanco resultaba clasicista, que recreaba los días de gloria de la antigua Grecia, porque era el color de los intelectuales de la tierra de la democracia. Y el blanco sigue estando hoy revestido de cierto estatus, es el epítome de la elegancia.


Ligero y minimalista, oscila entre la calidez de la luz y el frío que revela la nieve. Sigue siendo una elección segura para todos los climas, en muchas fibras y texturas, porque tiene un brillo natural que eclipsa. El vestido blanco está en el top de prendas clásicas, atemporales y fuera de estación. Es un infaltable de armario que nunca falla.





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